sábado, 7 de abril de 2012

El Yo Personal: quinta puerta.

En este primer cuaderno luciferiano hemos hablado hasta ahora de cuatro puertas o nodos psico-biológicos que nos mantienen prisioneros en el Reino de las Sombras. Desde la perspectiva luciferiana denominamos de esta manera a la realidad cotidiana o reino umbrío que habita la humanidad en el estado ordinario de la conciencia. Se trata de una trampa psiconeurológica creada por el ego en el estado de semiconciencia en que actualmente nos hallamaos. El ego humano no es a su vez sino una compleja trama de patrones nuerológicos repetitivos y condicionados que habitualmente penetra totalmente a la psique y por tanto forma parte fundamental de nuestra identidad. 
Y en esta entrada vamos a hablar del yo personal, nuestra identidad cotidiana, el eje principal en torno al que gira esta realidad umbría o mundo de sombras. Sombras por supuesto en relación a una realidad luminosa trascendente que no percibimos, pues el ser humano corriente no es consciente de la tenebrosidad del mundo ya que desconoce cualquier otra realidad.
El trabajo con el Yo personal constituye la quinta puerta de las Nueve que hay que abrir y atravesar, por tanto es la puerta central o intermedia. Si las consideramos en serie encontramos cuatro puertas anteriores y cuatro posteriores. Sobre el yo personal pivota toda nuestra realidad, pues conforma el eje en torno al cual construimos nuestra identidad. 
Tal como su nombre indica el yo personal constituye la sede de nuestra personalidad, la cual está conformada tanto por la psique como por el cuerpo. Y si consideramos la personalidad desde el punto de vista neurofísico resulta que podemos objetivarla mediante un patrón de ondas mensurables, tanto cerebrales como fisiológicas. Estas ondas las estamos emitiendo contínuamente y forman el patrón vibratorio de nuestra personalidad e identidad. Desde el punto de vista psicológico la personalidad es el conjunto de programas automáticos y rutinarios que funcionan en nuestra mente.
En la senda luciferiana se considera que nuestra personalidad actual es por lo general, en mayor o menor medida según cada caso, uno de los grandes obstáculos que nos bloquea el acceso a una realidad luminosa superior. Todos los maestros de sabiduría a lo largo de la historia han manifestado que para poder acceder al reino celeste es preciso morir y nacer de nuevo. En todas las vías iniciáticas hay aparente o ritualmente un sacrificio del yo personal. Este se representa bien crucificado, colgado cabeza abajo, encerrado en un ataud o clavado en un árbol. Estas impactantes alegorías indican la necesidad de que una parte de nosotros muera o sea sacrificada, un cambio o transformación fundamental, que sin duda siempre alude a la identidad psíquica que nos fija y ancla en esta realidad convencional y cotidiana, es decir el yo personal. Sin embargo, como veremos más adelante, estas alusiones son en realidad referencia a una parte del yo que es el ego, diferenciado este como los patrones psíquicos repetitivos que impostan nuestra identidad y nos anclan en un estado de inconsciencia.
Crearse otro yo personal, otra personalidad libre de los viejos condicionamientos, es fundamental en la senda luciferiana. Una personalidad sin las cadenas y bloqueos de la actual, una personalidad liberada que nos permita escapar de nuestros estrechos límites. Y la gestación de esta nueva personalidad va a implicar en correspondencia la creación de otro patrón de ondas cerebrales y biológicas diferentes. El cambio que debemos efectuar deberá implicar la integralidad de nuestro ser, pues la aparente separación entre la consciencia y la materia es una ilusión que se verá cada vez más clara conforme avanzamos en el Camino, ya que siempre hay una correlación entre mente y materia. Algo que la física moderna está empezando a vislumbrar. Correlación que será mayor conforme nos vayamos adentrando en niveles más profundos de la realidad. Hasta llegar a los reinos internos divinos, la matriz profunda de la realidad, donde mente y materia son una sola cosa, unidad plena emanando de la conciencia.
Paulatinamente debemos darnos cuenta de que, incluso en nuestro nivel de realidad cotidiana, existe una conexión entre el mundo físico y los procesos psicológicos internos. Las emociones y las crencias afectan a nuestro ADN, activándolo, desactivándolo o modificándolo. El ADN es modificable y por eso existe la evolución biológica. Pero no sólo modificable por azar sino también por la acción de la conciencia. Conciencia que implica pensamiento, emoción, creencia, actitud... y en las fases avanzadas también estados místicos y trascendentes. 

EL YO EN LA PELICULA  LA NOVENA PUERTA.
Como parte de la Senda debemos emprender la tarea de crearnos un nuevo yo, pues con el viejo nunca alcanzaríamos a recorrer con efectividad la ruta de transformación iniciática. En la película de Polanski titulada La Novena Puerta, filme de ficción que inspira el origen de esta esta web, el protagonista, llamado Corso (el que camina, el que corre), transforma completamente su yo en el devenir de la trama. Si eso no hubiera acontecido no habría podido llegar nunca a culminar con éxito su iniciación y alcanzar la Novena Puerta. Ninguno de los otros personajes humanos de la película cambia. Cada uno sigue aferrado a su perspectiva, la mecánica de su ego o su personalidad, sin importar si son buenos o malos, ambiciosos o no, sabios o ignorantes. El único personaje que evoluciona radicalmente es Corso, que es seguido o vigilado de cerca siempre por su protectora o iniciadora luciferiana. 
Según van transcurriendo las pruebas el protagonista interioriza el proceso, de forma que poco a poco puede abandonar su viejo yo, sus viejas formas de pensar, motivarse y sentir, las rutinas de su ego. Va dejando atrás sus viejos intereses mezquinos y comienza a actuar en pos de una meta no personal, una meta que no le reporta beneficio alguno a su antiguo yo. Es obvio que ese potencial de transformación ha sido valorado y previsto desde el lado luciferino y de ahí la presencia de la enigmática joven desde un principio. Pero Corso tiene que actuar e interiorizar las experiencias para que se produzca la transformación, abandonando sus ambiciones personales habituales, incluso sus rutinas automáticas, para convertir su motivación en una desinteresada búsqueda por desentrañar el misterio. Ya no le importará el dinero, la reputación o su propia vida que arriesgará. Este misterio evanescente representa la búsqueda de la verdad genuina, una verdad que el luciferiano debe perseguir, por encima de los intereses de su viejo yo y sus viejas creencias. 
Al abandonar el lado mezquino de su yo personal es cuando Corso puede acceder a la unión íntima luciferiana, abrir la Novena Puerta, alcanzar la visión y unión con el ser incognoscible para el viejo yo. Es por esto que la dama luciferiana nunca es reconocida por los demás protagonistas, aunque ambicionan e incluso matan por el secreto de las nueve puertas y el poder luciferino.
Pero más allá de la fantasía de esta inspiradora película, con su trama de intrigas y ficción, debemos cada uno seguir un proceso de transformación del viejo yo, abandonando todo aquello que lo hace resonar, su patrón vibratorio, para comenzar a crear patrones vibratorios nuevos mediante la forja de una nueva identidad. Se precisa en primer lugar un trabajo psíquico diario que consiga descubrir al ego y romper su hechizo, pues este mediatiza toda nuestra vida.
Tanto el cambio como nuestra evolución están supeditados a romper el hábito de ser el yo que hemos sido hasta ahora. Y para lograr esta meta hemos de cambiar primero nuestra mente hasta crear también una mente nueva. Sin embargo esto no es fácil, ya que crear una mente nueva requiere que nos comportemos como un individuo, algo que en muy pocas ocasiones solemos hacer. Lo habitual es que nuestro comportamiento sea dirigido por fuerzas ajenas a nuestra individualidad potencial, la cual raramente somos capaces de usar. Se precisa un esfuerzo consciente y revolucionario para ser individuos y desembarazarnos de la prisión que a nivel inconsciente condiciona nuestras vidas.

EGO  VS  YO.
Llegados a este punto podemos preguntarnos que es en realidad el tan mencionado ego y en que se diferencia de lo que llamamos el yo. Se puede definir considerando al ego como esa parte de la psique cuya naturaleza es un estado inconsciente que incluye todos los patrones neuropsíquicos repetitivos en los cuales nos manejamos en la vida ordinaria. El ego repite rutinas, se maneja en lo conocido, oscila en la dicotomía pasado y futuro. El ego tiene su raiz en una parte vieja y primitiva de la psique de donde surgen emociones primarias como miedo y lucha, comodidad y seguridad, supervivencia y poder, etc. A su vez el ego es depósito de todas las experiencias traumáticas y frustrantes del invididuo, las que lo han marcado y definido sus carencias. El ego nace de la aplicación de la mente humana a la lucha primitiva por la supervivencia. El ego por ello nunca está suficientemente satisfecho o seguro. Siempre permanece pendiente del pasado o el futuro. Nunca puede alcanzar la dicha porque el ego no puede permanecer en el presente. Es un mecanismo automático que en el ser humano ha usurpado nuestra identidad.
Sin embargo el yo humano está dotado de muchas más posibilidades para sobrevivir y evolucionar que las procedentes del ego. Son las facultades superiores de la mente que nada tienen que ver con aquellas que proceden de la gestión primitiva de la supervivencia. El ser humano, el homo sapiens, siempre ha poseído las dos posibilidades para enfrentar la realidad. A una vía se la ha llamado la vía del ego y a la otra la vía del espíritu. La primera es repetitiva, busca lo conocido, es temerosa, mecánica y por tanto tendente a la inconsciencia. La segunda busca lo nuevo, es creativa, conciliadora y basada en el desarrollo de la consciencia. Ambas vías cohexisten en el ser humano en distinta proporción según el individuo. Pero por desgracia la presencia del ego basta por sí misma para hacernos vivir a todo ser humano en una realidad falseada en mayor o menor grado.

PASOS INICIALES PARA SALIR DE LA CAJA DEL EGO
Como primer paso para el cambio de nuestro yo debemos enfocarnos siempre en lo positivo (pensamientos, emociones y actitudes), pues lo positivo genera neuronas nuevas a partir de células madre cerebrales. Por el contrario una mentalidad negativa favorece la muerte neuronal. Por ello es preciso observarnos y corregirnos permanentemente. 
En segundo lugar si queremos reinventarnos, crearnos un nuevo yo, debemos enfocarnos siempre en lo que queremos y no en lo que tememos. Así facilitaremos que se creen nuevas conexiones neuronales en la dirección del yo que queremos.  
En tercer lugar debemos aprender cosas nuevas e integrar esos conocimientos. Aprender y experimentar cosas nuevas desarrollará los circuitos de nuestra memoria genética que han sido la base del viejo yo. No basta sin embargo aprender intectualmente, sino que debemos aplicar lo que hemos aprendido para crear una experiencia diferente. Una máxima budista muy conocida dice que somos el resultado de lo que hemos pensado. 
En cuarto lugar debemos tomar conciencia de que somos prisioneros de la descripción de nosotros mismos que hemos construido en el transcurso de la vida. Somos prisioneros de nuestra propia identidad, de nuestra personalidad, a la que nos aferramos. Creemos erróneamente que sólo satisfaciendo esta identidad seremos felices, cuando en realidad nunca alcanzaremos a través de ella la felicidad plena. Para alcanzar la libertad real hemos hemos de soltar la identidad a la que nos aferramos, para así poder cambiar, transformarnos. No se puede alcanzar otra perspectiva, nuevas posibilidades, hasta que no se está dispuesto a trascender la propia identidad. Este mensaje va implícito en la esencia de muchas religiones antiguas. 
En quinto lugar hemos de ser conscientes de que el ego que todos tenemos es una identidad impostora. Nos identificamos con él, lo justificamos, lo defendemos, lo alimentamos, sin embargo es una falsa identidad. El ego nos ha hecho olvidar quien somos profundamente en realidad. El se encarga de estar hablando contínuamente en nuestra cabeza, trasladandonos de una fantasía a otra, de un ensueño a otro, de una fascinación a otra, de un monólogo a otro, de una distracción a otra. De esta manera olvidamos quien en realidad somos.
El ego (que en realidad es un mosaico de programas automáticos) es un cúmulo de identidades impostoras que colonizan nuestra mente. Aunque en principio puede parecernos que el cultivo del ego nos hace más fuertes, la verdad es que a largo plazo estas identidades impostoras generan estados de ánimo que merman severamente la salud y favorecen el envejecimiento. El ego genera numerosas corazas psíquicas y físicas que acaban bloqueando el flujo libre de energía. Estas corazas o bloqueos psico-bio-emergéticos se traducen con el tiempo en deformidades y enfermedades. 
En sexto lugar tenemos que ser los dueños de nuestra atención. El precio de la libertad de nuestro ser es la vigilancia permanente. Donde vaya la atención irán las emociones y la energía. Aquello donde pongamos la atención se hará siempre más real para nosotros. La conciencia es el ojo que ve y la atención es la luz que ilumina para que el ojo vea. Mediante la atención podermos descubrir los automatismos psíquicos del ego y lograr superarlos.
En séptimo  lugar hemos de esforzarnos en construir una nueva identidad capaz de generar estados de ánimo que favorezcan la salud y la vitalidad. A lo largo de toda la senda luciferiana habremos de persistir en esta tarea. Esto consistirá en determinada fase del camino no en un mero cambio sino en una verdadera transformación. 

LA TRANSFORMACION DEL YO
Nuestro yo personal actual gravita principalmente en torno al ego y este genera deseos cuya consecución es una felicidad perecedera o una alegría pasajera. No obstante hay quien se marca metas de superación, basadas en la lucha, la consecución de importantes proyectos o la creatividad, que producen gran satisfacción en el caso, no siempre posible, de ser culminadas con éxito. Pero al final de la vida el individuo triunfador también se encuentra que incluso su triunfo se diluye ante el horizonte de la muerte y ante la intuición de no haber alcanzado la verdadera meta última de la vida. Quizá haber amado de verdad y deseinteresadamente sea lo más próximo a la satisfacción de la experiencia humana, ya que el amor es una emoción que nos lleva más allá de los límites de lo personal.
Para el yo corriente todo es un dualismo: día y noche, vida y muerte, mal y bien, luz y sombra, pena y alegría, triunfo y fracaso, dolor y placer, positivo y negativo .... Sin embargo, bajo la perspectiva de un yo traspersonal, que áun no hemos desarrollado, no existe tal lucha de opuestos o contrarios, sino que cada opuesto es el extremo o polo de una sóla cosa que es la verdadera realidad. Así entre los dos extremos de una cuerda sólo existe en realidad la cuerda. La cuerda es lo real y los extremos son una perspectiva tan sólo que divide una realidad única. Por ello el día y la noche no son dos extremos polares sino el resultado de una onda luminosa que permanentemente oscila entre un rango de luz y oscuridad. Lo mismo ocurre con el frio y el calor. Así también vida y muerte no son dos realidades opuestas sino igualmente un rango de una misma realidad única, que oscila entre mayor o menor manifestación en el mundo físico, y cuyo umbral de nacimiento o muerte no son sino puntos de cruce en la intersección mediana de la onda. Esa realidad, manifiesta o no en el mundo que definimos como la realidad ordinaria, es una compleja matriz de información y conciencia, estructurada en diferentes niveles que se entrecruzan. 
El ego se forja en el fluir de la mente humana a través de las dimensiones del tiempo y la forma. El ego es una sustancia psiquica que surge como lastre necesario en nuestra inmersión en la dimensión espacio-temporal. Pero cuando el ego se hace muy pesado llega a dominar totalmente la psique y nos lastra hasta el fondo. Entonces el yo personal queda esclavizado de circuitos neurobiológicos limitantes que le impiden desarrollar el potencial del individuo. Romper la pesada cárcel del ego es la principal tarea de quien se adentra en la senda luciferiana. 
La enseñanza mística que subyace en el fondo de las religiones consiste precisamente en emprender un camino o estrategia que nos libere del peso del ego y de la carcel del yo personal. Sin embargo por desgracia también las religiones acaban prisioneras de la misma urna o caja en la que habita el yo y se convierten en una ineficaz parodia de un verdadero camino liberador. Las figuras divinas y las promesas religiosas pasan a formar parte del decorado de la cajita en la que habitamos. También decoramos esa cajita con todo tipo de fantasías sobre el más allá y con supersticiones que nuestro ego genera o cree para autosatisfacerse o reafirmarse. 
El bien y el mal tampoco tienen cabida para un yo traspersonal, ya que únicamente son categorías morales o éticas de la sociedad o la cultura. Igualmente son oscilaciones de una onda que vibra entre eses polos supuestamente antagónicos. Lo real es la onda, no los polos. La onda fluye y ese fluir es la realidad que hay más allá de nuestra visión polar. Se trata de niveles de realidad, más o menos profundos. En el mundo de la forma puede haber bien y mal, y de lo hecho lo hay, pero en una perspectiva más profunda lo que existe es una onda vibrando y fluyendo entre esos dos extremos de su rango de fluctuación. 
Si miramos la realidad como una línea entonces veremos dos extremos opuestos: principio y final, luz y oscuridad, bueno y malo ... . Pero si concebimos la realidad como una onda podremos descubrir la perspectiva de que en realidad es una onda vibrando en el espacio-tiempo, vibrando entre esas supuestas dualidades. Pero la dualidad es necesaria para que vibre la onda. Sin vibración todo quedaría igualado, en calma, en equilibrio. Pero también nada fluiría, no habría movimiento, no habría vida ni manifestación, ya que todo quedaría en un estatismo absoluto, un estatismo que sería una verdadera muerte. 
El vacío no es estatismo sino una vibración infinitamente pequeña. Y de esa vibración infinitamente pequeña es de donde surge o emana toda manifestación y la totalidad del universo. 
Pero todo esto no significa que haya que anular al yo, sino todo lo contrario, liberarlo de sus bloqueos y condicionamientos.  Y en una segunda fase hacerlo evolucionar paulatinamente hacia un nivel de conciencia superior: el yo traspersonal.
La percepción de la realidad se halla determinada por dos factores: uno son los filtros mentales y otro la identidad impostora. Los filtros mentales tienen la capacidad de alterar la percepción de lo que vemos, pues determinan tanto la interpretación significativa como incluso la percepción sensorial. Hay filtros personales y colectivos, pero ambos tiene la capacidad de modular la información que nos llega del entorno. Es decir que los filtros tamizan la información del entorno, pudiendo bloquearla o alterarla. 
Los filtros mentales se crean a través de emociones y creencias. Los filtros crean y modelan nichos en la psiquis que sólamente aceptan aquello que coincide con esos moldes. Lo que no cabe en esas formas prefijadas simplemente no es reconocible y por tanto no es reconocido. Por ello en la senda luciferiana se precisa ir más allá de lo que nuestros filtros nos permiten. 
Los procesos mentales dan forma a la personalidad. Y esta personalidad, que en el fondo es una identidad impostora, se halla a cargo de nuestras emociones, a través de las cuales controla nuestra percepción. Y hemos de añadir a esto nuestro sistema de creencias, que constituyen las convicciones profundas que también afectan igualmente a nuestra percepción de la realidad. 
Por todo esto es necesario en la senda luciferiana, así como en cualquier otra que pretenda expandir y liberar al ser, ampliar los restringidos límites que tiene la personalidad en la mayor parte de los seres humanos. Ampliar la personalidad cambia el medio químico del organismo y con ello la función de las células, lo que tiene un impacto en nuestra salud y vitalidad.
 Ciertos cambios en la nutrición, el ejercicio físico y la forma de respirar pueden ser los primeros pasos sencillos que comiencen a afectar la manera en la  que pensamos, sentimos y percibimos. Simultáneamente podemos trabajar, mediante la auto-observación y la concentración en el momento presente, en la desactivación del monólogo interior del cerebro. Monólogo que se activa de forma fortuita o por reacción concatenada de redes neuronales, y que tanto contribuye a configurar esa turbia niebla que constiruye los límites de la caja psíquica en que habitamos. 
Permanecemos dentro de un sueño, generado por nosotros mismos. Ese sueño es una jaula psíquica condicionante y limitante. Hay un condicionamiento innato psicobiológico, otro social y otro personal. Los tres unidos sostienen la estructura del sueño. Pero mediante la ampliación de la conciencia a través de estrategias precisas, podemos conectar con esa parte interna de nuestro ser que es el alma (nucleo interior libre) y comenzar a despertar del sueño. Esas estrategias deben perseguir modificar la estructura psíquica y biológica (reconducción del ADN) mediante una nueva red neuronal y ciertas prácticas energéticas. El ADN está hecho de energía que codifica información. Y los patrones de energía del ADN pueden modificarse por medio de un cambio de conciencia.
La vieja identidad que hemos ido construyendo hasta el presente define al yo. Este se puede expresar también como una continuidad química de nuestra identidad. Es preciso por tanto una ruptura de esa continuidad química condicionante. Para ello hemos de dejar atrás los pensamientos, los recuerdos y las asociaciones que nos resultan familiares a fin de vivir nuevas experiencias. 
Tenemos dormido en nuestro ADN un gran potencial genético latente. Hemos de activar así los genes que fabriquen una nueva expresión del yo, activarlos mediante pensamientos y experiencias más evolucionadas, que vibren en un orden superior. Sólo activando estos genes latentes en nuestro código genético será posible una evolución futura. 

LIBERAR  AL  YO .
Resumiendo esta quinta puerta podemos decir que nuestro viejo yo está formado por experiencias viejas que bloquean la percepción de lo nuevo. El yo de ayer impide la renovación. Por ello es necesario recrear nuestro yo para experimentar un nuevo mundo. Lo que importa es únicamente la calidad del yo que recibe la experiencia, como se halla o cual es el estado del yo que vive el ahora, porque el momento presente (tercera puerta) es el único lugar donde puede acontecer la renovación verdadera. 
Tanto nuestro sistema de creencias como nuestro ego mantienen prisionera a nuestra identidad en una doble caja, conformando una realidad psicológica distorsionada de la que emana nuestro mundo cotidiano.
Podemos preguntarnos si puede morir el ego y sobrevivir el yo. Si conseguimos que nuestro ego muera ¿cual sería entonces nuestra identidad? Sin duda nuestra identidad cambiaría profundamente pero seguiríamos teniendo un yo. Y este yo procesaría entonces la experiencia vital de una forma totalmente diferente y nueva. Dejaría de existir esa caja de fluctuantes emociones y palabras que el ego repetitivo crea permanentemente en nuestro interior. No veríamos al prójimo como rival, no percibiríamos ya más al mundo como hostil, no proyectariamos quimeras, ni temor, ni deseos falaces. Tras la muerte del ego el yo personal liberado podría evolucionar hacia su destino superior, abriendose paulatinamente a experiencias traspersonales. Es preciso que muera el ego para que el yo renazca a una vida superior. 
Mientras permanece el dominio del ego la personalidad y el yo son sus esclavos. No es posible evolución espiritual verdadera. Por ello las experiencias espirituales o trascendentes corren el riesgo de ser meros pastiches del ego, imposturas desde otra modalidad espacio-temporal. El espíritu y el ego son incompatibles, pues sus frecuencias vibratorias y naturalezas son antagónicas e irreconciliables.  
Hay que morir en vida para no morir tras la muerte, dijo un antiguo monje. Por supuesto se refería al ego, para que así el yo pueda continuar libre su desarrollo y alcanzar niveles más altos del ser. En la senda de las nueve puertas no podemos olvidar este fundamentral punto de enfoque, que es una de las claves indispensables en el camino hacia una realidad luminosa. 

 

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