sábado, 7 de abril de 2012

la tercera puerta.

Todos los seres humanos permanecemos en mayor o menor medida prisioneros de una mente vagabunda o semi vagabunda, que de forma contínua va saltando siempre de un pensamiento a otro. La mayor parte del tiempo el proceso pensante humano va a la deriva, abandonando el presente y dejando que los pensamientos discurran en pos de asuntos o temas diferentes a lo que estamos haciendo en ese instante. Salvo escasos momentos de concentración verdadera en ciertas importantes tareas diarias o en determinados ocasiones en el trato con los demás, lo habitual es, si nos paramos a observarnos a nosotros mismos, que descubramos a nuestra mente saltando contínuamente de una cosa a otro sin que seamos capaces de dirigir voluntariamente el proceso.  Autónomamente, por sí mismos, como un burbujeo o corriente, como deslabazados eslabones de una cadena, los pensamientos brotan o surgen del interior de nuestra mente de forma ininterrumpida, cambiando fugazmente de un tema a otro. Basta que dirijamos la atención hacia nosotros mismos para que lo observemos, sin poderlo evitar.
Incluso cuando a veces creemos que nos hallamos atentos al presente, en realidad nuestra mente lleva un curso de pensamientos inconscientes del que casi nunca nos percatamos.  Se trata de un fenómeno similar al sueño, una especie de seudo sueño despierto,  un piloto automático mental subconsciente, un disco que parlotea  en forma ininterrumpida sobre incontables temas o asuntos. Sólo si con esfuerzo deliberado nos observamos en forma profunda llegamos a ser conscientes del enorme flujo de pensamientos que circulan por nuestra cabeza a todas horas.  Pero no sólo por nuestra cabeza, sino por todo nuestro cuerpo, ya que esos pensamientos, tanto si somos conscientes de ellos como si no, en forma refleja repercuten orgánicamente, pues nos están afectando continuamente a nivel del sistema múscular, nervioso, hormonal y bioquímico. 
Cuando mantenemos una conversación, salvo contadas excepciones, nos resulta muy difícil escuchar al otro con plena atención mucho tiempo seguido, pues pronto la mente de forma sutil comienza a opinar sobre algo pasado o preparar o preocuparse por algo futuro, alejándonos de la permanencia plena en el instante presente. Y cuando nos hallamos nosotros solos la mente, bien de forma preocupada o despreocupada, pasa y salta de un tema de pensamiento a otro sin solución de continuidad. Únicamente cuando precisa concentración nuestro  trabajo o nos encontramos ante un desafio vital conseguimos permanecer atentos por unos minutos en esa tarea concreta y nos sumimos fugazmente en el presente. Pero ese estado dura poco, ya que pronto nos asalta una preocupación o una distracción que nos lleva a alejarnos de la tarea o situación en cuanto esta deja de exigirnos plena atención y nos permite una mínima tregua para que de nuevo la mente entre en proceso de vagabundeo. En verdad son pocos aquellos que dominan el arte de la concentración y menos aún los que viven su vida centrados en el momento presente sin perderse en el vagar de los pensamientos errantes.
Muchas personas sustituyen el vagabundeo interno de la mente por un vagabundeo mental externo, es decir que cuando charlan con otras personas van saltando contínuamente de un tema fugaz a otro, sin detenerse o concentrarse de verdad en ninguno. También cambiar permanentemente de actividad o distracción es otro tipo de vagabundeo, una forma superficial de vivir falsamente el ahora, sin detenerse nunca, sin que nunca el verdadero ser pueda manifestarse con su presencia real en el presente.
Por ello los momentos que permanecemos profunda y plenamente en el ahora o momento presente son en verdad muy pocos. La mente está siempre oscilando entre pasado y futuro, entre un tema fugaz y otro, entre quiero o no quiero, entre me place o me duele, entre algo que desea o algo que teme. El pensamiento se halla así siempre atrapado en un dualismo cambiante y trasladando continuamente el objeto de su atención, de una leve y fugaz atención. Los momentos de concentración intensa o de atención plena y verdadera son sumamente escasos a lo largo de la vida. Sin embargo son esos momentos donde más vivos estamos, más bien son los únicos instantes donde estamos verdaderamente vivos. 
El momento presente se caracteriza porque no tiene ningún opuesto. Permanecer plenamente en el presente implica no tener el pensamiento en el pasado ni en el futuro, en el apego,  el deseo o el miedo ... La atención y la conciencia permanecen libres, en un estado pleno, fijas en el fluir del instante, del ahora. 
Cuando la mente se detiene en su vagabundeo podemos saborear la intensidad y plenitud del presente. Es cierto que el género humano ha perdido la conciencia integrada y percibimos la realidad como una lucha de opuestos, un dualismo de realidades enfrentadas:  luz y oscuridad, joven y viejo, arriba y abajo, caliente y frio, día y noche, fuerte y débil, dentro y fuera, bueno y malo, duro y blando, vida y muerte ... Sin embargo este fluir de los opuestos es natural y bello cuando se percibe a través de la conciencia integrada, entonces se manifiesta o hallamos la asombrosa belleza de lo eterno que siempre se está fusionando.  Por ello precisamos alcanzar o retornar al estado de conciencia en el momento presente, pues éste es el único que nos lleva más allá del ámbito de las circunstancias aparentemente opuestas. Es el portal necesario para una entrada consciente en un paradigma no-polar, en una visión unitaria y profunda de la vida. El presente nos lleva también a potenciar la presencia, es decir el ser auténtico, nuestra identidad verdadera frente al engaño del impostor ego, nuestra identidad falsa. Cuanto más intenso y pleno sea el presente más débil será el ego y más opción tendremos de vislumbrar o acercarnos al ser real.
La naturaleza profunda del momento presente es que no tiene ni se sustenta en ningún opuesto. Cuando entramos en él,  cuando lo aceptamos exactamente tal como es, descubrimos que siempre es único porque siempre nace de nuevo. El verdadero ahora, percibido por la mente liberada, no ha ocurrido nunca antes y por tanto no puede ser comparado con ningún otro. Al ser un instante único, no tiene ningún opuesto polar, lo que nos permite adentrarnos en la experiencia revolucionaria de la unidad. En esta vivencia verdadera del presente el ego queda relegado, no tiene cabida, se disuelve como un azucarillo en el café, por que entramos en la experiencia no dualizada o experiencia verdadera.
Sin embargo para lograr este estado de conciencia en el presente, el estado de abrazar la presencia, es imprescindible que previamente hayamos comenzado a trabajar con la primera puerta, es decir con la observación del parloteo contínuo de la mente, distanciandonos del él y dejando que este se aleje. Para ello hay que desarrollar la conciencia del téstigo, que observa la propia mente sin identificarse ni implicarse en el flujo de los pensamientos cambiantes.  La identificación nos aparta del presente y de la conciencia auténticamente libre y despierta.
La unión de las tres puertas primeras de la senda luciferiana, descritas o presentadas hasta ahora brevemente, forma un Portal mayor que las integra. Este Portal sería denominado como Presencia, que es el campo de energía bio-psíquica y espiritual que se desarrolla cuando se cultiva esta senda y se abren las ya mencionadas tres primeras puertas del reino de las sombras, en el que nuestra alma permanece encerrada o prisionera.

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