viernes, 15 de junio de 2012

La ciencia de la locura

 

La nigromancia tiene por objetivo alienar la mente, turbar la conciencia y silenciar la razón. Los Grimorios no son ciertamente libros inocentes (Técnicamente, la palabra "grimorio" designa a un manuscrito cuyo contenido se circunscribe al conocimiento mágico o esotérico). El asesinato, el sacrilegio y el robo están indicados en ellos, o sobreentendidos como medio de realización en casi todos los rituales; aunque curiosamente, uno de los ingredientes esenciales para convertirse en un mago negro, es la Fe; y no hablo de la fe en el infierno o en las potencias infernales, sino de la fe en Cristo; ya que es imposible profanar un culto si no se cree en él.

Extenderse en consideraciones sobre los inicios de la nigromacia es una tarea vana y utópica. Nunca sabremos cómo eran realmente las ceremonias de las brujas de Tesalia o de las Canidias romanas. Apenas conocemos algunos ritos de los misterios de la triple Hécate, y éstos son apenas juegos infantiles comparados con los excesos medievales. Aquí daremos sólo una noción muy general (e incompleta) de lo que ha sobrevivido mediante la tradición oral, o bien a través de los archivos de la Santa Inquisición.

La iglesia ha dotado a Satán de una realeza que no posee en el Antiguo Testamento. Allí es un personaje absolutamente secundario, en ocasiones querible, y en otras despreciable. El Nigromante es heredero de esa antigua tradición, aquella en la cual el demonio es un ser que puede dominarse siguiendo los ritos adecuados. Luego, ya al final de la edad media, comienzan a circular los mitos del pacto satánico, en los que hay un don y un compromiso. Esto hubiese sido incomprensible para los primeros magos europeos; para ellos el demonio era un esclavo, un sirviente; no posee riquezas materiales para otorgar, no administra reinos, no conoce los secretos del corazón femenino, no tiene potestad sobre el hombre. Es un paria, un exiliado.

Veamos un breve fragmento de Zahed, quien explica mucho mejor que yo los misterios de esta antigua tradición:

...En el infierno, reino de la anarquía, es el número el que hace la ley, y el progreso se verifica en sentido inverso, es decir, que los más avanzados en el desarrollo satánico son los menos inteligentes y los más débiles. Así, una fatal ley impulsa a los demonios a descender cuando creen y desean subir. Aquellos que la iglesia llama "Monarcas" y "Señores del infierno", son los más impotentes y los más despreciados de todos...

Vemos entonces la diferencia entre la tradición católica y la fe antigua. Para el mago medieval, orgulloso y arrogante, sólo Dios se eleva por encima de él. En cambio para la iglesia, el demonio es Señor en su reino, y muy capaz de influir en los avatares humanos. Para el Nigromante el infierno es un reino sin rey; una tierra anárquica que clama por un líder. Allí, una multitud de espíritus perversos tiembla ante la aparición del mago. La tarea no es sencilla: el Nigromante debe erigirse como jefe, como capitán incomprensible, implacable, caprichoso, que no explica jamás sus leyes, y que siempre extiende el brazo para golpear a aquellos que le desobedecen. Para los demonios, la imagen del Mago era una sombra y un recuerdo de Dios, desfigurado por su perversidad voluntaria, grabados en su imaginación como una venganza de la justicia, y un remordimiento del que no pueden escapar.

En tierras argentinas hay una tradición del litoral correntino muy bella, y aunque con esto me alejo un poco del tema, creo que ustedes me perdonarán la disgresión ya que la historia es hermosa: Se dice por allí que el demonio anda arrepentido, la pelea con Dios fue hace mucho y ya casi no se recuerda el motivo de la disputa. En cierta leyenda hay un diálogo entre el diablo y un muchacho al que quiere tentar. El joven es de noble corazón y no cede ante las riquezas que promete el maligno. Resignado, Satanás le dice al muchacho antes de despedirse que interceda por él ante Dios, que ya es hora de volver a estar juntos, que lo extraña; es decir, extraña la compañía de Dios.

Esto es algo parecido al infierno medieval. Los demonios vagan por una soledad infinita que sólo puede sentir quien está alejado de Dios. Juguetes de aquellos que se atreven a manipular los arcanos de la magia. Sometidos a una voluntad humana e inflexible, con la temeridad que otorga la locura, impulsándolos a cometer una y otra vez el mismo tedioso círculo de pecados.

Es perfectamente lógico que estén cansados.

La Ciencia de la Locura.

La magia negra es la ciencia de la locura. Los aspirantes profanaban tumbas, componían filtros y con la grasa y la sangre de los cadáveres; los mezclaban con acónito, belladona y hongos, después cocían estos brebajes en fuegos alimentados por osamentas humanas y crucifijos robados. Con cenizas de hostias consagradas se frotaban las sienes, el pecho y las manos. Trazaban el pentáculo diabólico, evocaban a los muertos bajo las horcas o en los cementerios abandonados. Se oían a lo lejos sus alaridos, mientras los temerosos pobladores creían ver salir de la tierra legiones de fantasmas; los propios árboles tomaban ante ellos figuras espectrales. Ojos de fuego brillaban en las encrucijadas, y los ecos de los pantanos y marismas parecían repetir las misteriosas letanías que brotaban de lo profundo del bosque.

El Sabat diabólico de los nigromantes era una falsificación de la antigua fe. Era una asamblea de lunáticos, de locos y de idiotas. No tenían ritos regulares, ya que todo dependía del capricho del jefe. Los pocos que han asistido a ellas, y han tenido la suficiente voluntad para conservar su cordura, sólo balbuceaban ante las autoridades aquellas visiones de pesadilla; mezcla de realidades imposibles y de ensueños demoníacos.

Una Reflexión

Podemos suponer que quienes eran devotos de este tenebroso culto eran seres alienados. Podemos imaginar que las visiones eran fruto de sus febriles brebajes. Podemos atribuir a la leyenda muchos episodios que jamás tuvieron lugar. Pero no podemos dudar de que creían en lo que veían, para ellos un espectro o un fantasma eran una manifestación más de la naturaleza; el demonio era real, la misma iglesia lo proclamaba; creían verlo, y aunque sólo fuese mediante el sueño o la alucinación, para ellos era real, por lo tanto lo era.

Estos hombres existieron, y acaso aún existen. 


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